Ruido
Mi padré me llamó por teléfono. Durante los días siguientes me obsesioné con pasatiempos de los más inconsecuentes. Por ejemplo, me distraía imaginando el ruido que indudablemente debía estar haciendo Zhōngguó II.
Sentí que era algo importante para mí, que al escucharlo comprendería más cómo era yo mismo.
No me refería al sonido y la música que Zhōngguó II lograba que escucháramos: música de ambiente, del clima, el sonido metálico de las armas chocando con las armaduras, de pájaros volando, balbuceo de personajes ficticios cada tanto. No, al recordarlos se me presentan como una farsa. Todos eran reproducidos por mis auriculares. Tenían por objeto convencerme de que allí en la pantalla sí se me mostraban pájaros, personas de verdad.
Y aunque no tuvieran como fin el engaño, esos sonidos poco tenían de distinto a nuestra habla, al ruido de nuestras pisadas, estornudos...
Si tuviera que compararlo con algo, lo que me preguntaba era más similar a: ¿qué ruido hace nuestro cuerpo? Si nuestro cuerpo interpreta el ruido de una pisada y nos permite escucharlo, yo estaba interesado en el ruido que debía de hacer para permitirme escuchar esa pisada.
Intenté pensar en dos o tres ejemplos, quizás el más claro sería el latido del corazón (que es tan importante como para tener nombre) o el ruido que harían la sangre, un riñón, o el pancreas, pero ¿tenía sentido gastarme?
Como dije, con lo que yo estaba obsesionado era el ruido que estaba haciendo Zhōngguó II. Describirme ese ruido era casi tan importante como escucharlo. Quizás porque en el fondo, incluso antes de empezar, me había ya convencido de que la tarea era estéril y que no podía si no únicamente imaginármelo.
En un intento inútil pegué la oreja a mi computadora. Apareció primero el ventilador que seguro servía más para dar la ilusión de estar funcionando que para disipar calor realmente. Parecía un zumbido contenido, un enjambre de mosquitos atrapado en una caja de cartón. Y debía ser una caja y no un frasco de vidrio porque eran cientos de insectos, o muchos más, los necesarios como para que la noción del aleteo de un mosquito desaparezca y sobreviva únicamente la superposición de todos estos. La idea de lo traslúcido permitiría advertir de dónde viene el ruido y yo tenía uno de esos gabinetes baratos todo negro sin luces ni vidrio.
En eso pensaba cuando me preocupé de que la computadora estuviera llena de polvo y este entrara en mi oído, me produjera alergia y no pudiera yo rascarme. Quise despegar la oreja, pero me asaltaron dos preocupaciones aún mayores:
- sentir que esta se deslizara como polvo contra polvo
- me di cuenta de que el tacto y la vista me estaban distrayendo
Al reconectarme, advertí en lo constante del soplido una breve irregularidad, un temblor apenas perceptible, pero más largo y más agudo: una sierra que arrancó lejana y se acercó para volver a alejarse. Fue rápido; un pulso de aire empujado contra metal. Y no supe distinguir si fue agudo por lo rápido o lo metálico.
Se apagó y cuando ya se escuchaba otra vez el traqueteo uniforme del motor y el aire a través de las aspas, sin aviso, retornó la sierra y se volvió a ir. Me desconcertó, de nuevo la busqué y me di cuenta de que, si uno prestaba atención, seguía allí, inmutable.
Jugando a olvidarme y dejarla ir para luego buscarla y encontrarla me di cuenta de que me había dejado llevar únicamente por lo evidente y predominante, pero que había mucho más. Cada tanto había distintos "bips" y "pips" irregulares, sentí que eran para avisarle a alguien algo, que no eran para mí, que había algún código que desconocía, pero quien pudiera reconocerlo sabría con certeza algo: "el disco duro ha realizado un seek" o "se intentó realizar x operación, pero ha fallado y se reintentará".
Despegué la cabeza y cambié de la aplicación a una ventana del navegador. Probé varias combinaciones, pero por específico que resultara cada sonido, no encontraba distinción al que se hacía reproduciendo un video o descargando un archivo.
Y, por supuesto, no tenía por qué ser distinto. Pero así como mi cuerpo trabaja para hacerme vivir la ilusión de que algún día voy a morir, ya que ese día no llega, Zhōngguó II estaba trabajando para hacer realidad una ilusión que incluía a otros como yo.
Con él sí que nos entendíamos. Me dio un poco de ternura y en el descuido olvidé los mil pasatiempos que venía inventándome para no pensar y perdí la vergüenza por un segundo.
Me acobardé. Aunque hacía días que jugábamos a diario y ya lo sentía cercano, todavía no habíamos cruzado cierto umbral de confianza. Por sobre todo habíamos hablado del juego, alguna que otra trivialidad.
Iba a explicarle que lo que en realidad estaba haciendo que le diera demasiada importancia a la llamada era que ese hombre jamás me llamaba. Que me extrañara no era posible. Quiero decir, no era una opción que me llamara por eso. Advertía, por no decir que sospechaba, cierta preocupación. No creo que fuera lo suficientemente grande como para estar enjuiciando negativamente cómo vivía yo mi vida, pero era indudable que el resultado fue justamente que empecé a preguntarme si no estaba desperdiciendo mi vida.
Algo así quise explicarle a Won Lei, pero entonces justo dijo:
He de admitir que la conversación que tuve con Won Lei lejos de ayudarme a consolidar una postura sobre la llamada de mi padre me acercó a él, a Won Lei.
Un buen rato después creo que él también se sintió más cercano a mí, porque se animó a preguntar:
A menudo habíamos tenido que manejarnos así con el traductor de Zhōngguó II que parecía casi mágico, pero estaba lejos de ser perfecto.
No recuerdo bien qué hicimos esa noche en Zhōngguó II, pero irónicamente no la voy a olvidar nunca.
Me retracto, quizás fue durante el chat o después, a punto de quedar dormido, no lo sé bien, pero en algún momento en mi se grabó una decisión firme: iba a buscar un trabajo.