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No distinguí bien qué prefería, ¿no recibir ningún mensaje? A veces quería permanecer impasible e ignorar todo. Y aunque esta vez requirieran de mí una única y simple tarea, sentía una aversión terrible a completarla.
“Poner una olla de dos tazas” resulta una reducción grosera. No lo ignoraba, mi madre, que conocía el proceso: tomar dos tazas de la bolsa, llevarlas a una fuente, lavar siete veces el arroz. No, ni siquiera así se alcanza a comprender lo que es necesario. Dos tazas, cuatrocientos cuarenta gramos, siendo groseros. Entonces dispersos en un enorme bowl bajo el agua del grifo. Inclinarlo para que la gravedad misma lentamente arroje el almidón fuera. Qué desastre sería el proceso si los granos flotaran hasta la superficie en lugar de hundirse hasta el fondo. Turbia el agua, arroz flotante y cañerías tapadas. Una mano sosteniendo el bowl y la otra con los dedos apenas separados haciendo de colador. Cualquiera arruinaría una cena si no ilustra la catástrofe en su mente hasta que el agua que escurre deje de ser lechosa. Pero en realidad la única verdad es que cualquiera arruinaría la cena, excepto aquellos pocos que formen con su mano hábil un pequeño puño con el que dar golpecitos al arroz cuidadosamente. Y es que lo más importante es lograr una textura perfecta y esponjosa, por sobre todo uniforme. Para que probar solo un bocado provoque inmediatamente la necesidad de uno nuevo y otro y otro. ¿Y qué decepción sería si sobre la lengua persistieran sensaciones de granulación disparejas? Por ello es que lo primordial es pulir con un ritmo estable, pero ligero, mientras se rota el bowl barriendo siempre el mismo ángulo para que la molienda grabe a fuerza de insistencia el movimiento en cada grano. Enjuagar, escurrir, golpear, rotar, repetir; repetir seis, siete, ocho hasta que de tan transparente el agua resbale entre los dedos. Solo entonces se lleva el contenido del bowl a la olla y se aprieta el botón.
Mientras imaginaba el procedimiento, lo realicé. Sin que me diera cuenta había terminado.
Podría en su lugar haber tratado de volver al mismo páramo para recoger las monedas y las crísalidas que había dejado caer. Pero tenía razón Won Lei, ¿qué importaba?
Miré la hora: 18:08. Son puntuales, pero su demora debe ser porque no contesté, creo.
En el fondo, (¡bah!, no solo en el fondo) mi madre es demasiado cuidadosa y estaría ganándome tiempo. ¿Qué más quedaba?
Lo del arroz era necesario.
Haciendo un cálculo rápido, lo indispensable era:
- ventilar la casa (diez segundos)
- sacar pelo acumulado en la bacha del baño, se había quejado la última vez (quince segundos)
- de paso cambiar el papel (opcional)
- hervir agua, queda bien (veinte segundos, cuarenta si lavo la pava)
- sacar la basura (minuto, minuto y medio como mucho)
- dejar un libro abierto en la mesa (diez segundos)
Y lo ideal sería:
- limpiar lo de la cocina que igual daba la sensación de haber cocinado hace poco (quince minutos)
- bajar y comprar algo para tomar, pero seguro ellos traen algo (otros quince minutos)
- barrer un poco, aunque demasiado perfecto sería igual a sospechoso (diez minutos)
- ordenar el cuarto… imposible (dos días)
Me encontraron en la calle sacando la basura.
Como sentí sucias las manos no los saludé con un abrazo. Bastó un choque de mejillas.
Ni bien entramos sentí cómo escaneaban el departamento. Agradecí cuán moderados fueron y que no arrugaran la nariz fue un alivio.
—Está limpio —dijo mi madre.
Por el respeto que le tenía no contesté. Por supuesto que estaba limpio en comparación a lo que esperaba ella.
Fui a apagar el fuego. Mi padre tomó asiento en el comedor y mi madre me siguió. Quise preguntar si me visitaban por algo en particular, pero fue ella quien interrumpió el silencio.
—Si dejás un repasador así, no chorrea afuera el agua cuando lavás.
Como habían traído fruta agarré un cuchillo y tres platos; veinte minutos, pensé. Para ellos preparé té y me serví agua fría. Intenté cortar un pomelo latitudinalmente. A mí papa le gustaban y yo de pereza lo dejaría pudrirse. De más está decir que me lo quitó de las manos. Cortó unas rodajas directamente de los extremos y las descartó. Luego dejó que el cuchillo siguiera la curvatura vertical del pomelo y retiró la cáscara y la capa blanca con las manos.
—¿Así lo comen en china? —pregunté.
—Es amarga —explicó y yo asentí.
Digitó con precisión dos cortes y con facilidad apretó las membranas que dividen los gajos hasta liberar uno que fue para mi madre. Tomó de nuevo el cuchillo y repitió metódicamente el proceso. No hablamos encima más que apenas unas pocas preguntas: ¿todo bien con la facultad?, ¿pudiste pagar el abl?, ¿hace mucho calor acá, no?, ¿necesitás dinero?
La respuesta a todas fue "sí".
—Está rico —dije por compromiso cuando me tocó a mí.
—¿No querés té? —preguntó mi madre.
—No había más, igual no quiero —confesé.
Mi padre sacó el celular.
—Tu papá tiene problemas con el chat —explicó.
—Veinte minutos, media hora —estimé. Sentí cierto alivio.
—Si querés, dale una mano. Yo lavo lo de la cocina.
—Ni se te ocurra —yo me paré, pero me acordé de todas las peleas que tuvimos cuando vivíamos juntos. De su expresión triste, pero a la vez serena. En las cavidades de sus ojos, en especial cuando pone esa cara, advierto siempre que algún día va a morir. La dejé lavar porque supe que era más para ella que para mí.
Lo del celular fue fácil. La versión actualizada ya se había descargado. Faltaba instalarla nada. Como su celular era más viejo que el mío parece que algunas apps habían perdido soporte y no las pude descargar de la tienda oficial, pero no fue difícil encontrarlas con el navegador.
A diferencia de Zhōngguó II en la vida no existía un botón de desconexión. Como eventualmente terminé, pero mi mamá seguía en la cocina, fingí estar revisando algo más para permanecer callados. Me aterraba que mi viejo me preguntara, porque era que estaba al tanto.
El examen de Análisis Matemático II era algo a lo que me tenía que enfrentar tarde o temprano. Temprano esta vez significaba dentro de cinco semanas. Tarde podía significar potencialmente nunca o así parecía querer demostrarlo yo. Contando este cuatrimestre era la cuarta vez que me anotaba en la materia. La primera vez la había abandonado porque las clases eran inmediatamente después de mi horario de almuerzo, por lo que estaba pesado y cansado como para prestar atención. La segunda vez fue porque quise concentrarme en las otras materias que estaba haciendo en simultáneo. La tercera sinceramente no sé si podría justificarla y ni siquiera recuerdo una razón fuera o no buena. Pero la cuarta… la excusa era fácil: "me acaban de cortar”, ¿no?
Pareciera un desperdicio darme dinero.
A la noche, alimento mi ego jugando. Sin embargo, durante el resto del día no sabría explicar bien qué es lo que hago.
Y si efectivamente esta vez apruebo, ¿qué importa? Pensé en todo lo que me faltaba. Al parecer entendía mejor el mundo de Zhōngguó II que Won Lei, pero no el mundo real.
Después de que terminara mi madre, fingí liquidar rápido algún asunto con alguna otra aplicación.
No pude disfrutar la cena por miedo a que me preguntaran de nuevo por la facultad.
Comimos prácticamente en silencio y se fueron poco después de terminar.