Como se erosionan las montañas
La Gran Muralla China y la Ciudad Prohibida
Me bañé antes de salir porque me levanté muy sudado.
Desayunamos en el hotel. El plan era llegar temprano para tomar un colectivo a la línea 1 y de ahí a la muralla china. Fui poco arriesgado con el desayuno para no sufrir después.
Subimos a un micro y una chica iba pasando de adelante a atrás contando cuántos éramos una y otra vez. Por fin logramos salir. Pregunté varias veces cómo iba a ser la excursión porque realmente no sabía. Me llevó un buen rato entender.
El recorrido iba a ser así:
Nos llevaban en colectivo hasta Bādálǐng. Ahí había que pagar entrada y supuestamente un carro de 10 yuanes hasta la muralla.
Al final:
Nos dejaron en Bādálǐng, tomamos un teleférico de 140 yuanes por persona y pagamos una entrada de 35 o 45 yuanes.
Lo cierto es que no se puede pretender recorrer los 20.000km de muralla y de hecho ahí arriba hacía mucho frío. El viento era muy fuerte y las escaleras muy empinadas. Cada tanto nos sacábamos las capuchas y los guantes para tomarnos fotos.
Desde arriba, el mundo no se sentía abarcable por el entendimiento. Aún así, la muralla significaba un intento de división y, por lo tanto, simplificación del mundo.
Pero eso es cosa de adultos. Allá arriba jugué a subir y a bajar rápido escalones. A ver lo más lejos posible y a sacar fotos sin que se me cayera el celular.
Temí, también, por la vida de mi padre. Su esfuerzo y energía se agotarían algún día. Este viaje me concentré en que la experiencia me erosione, como se erosionan las montañas, para siempre. O, al menos, para los años que sobreviva a mis viejos.
Bajamos por el mismo teleférico. Vimos un colectivo irse y no nos quiso parar. Tuvimos que esperar 1 hora dentro del colectivo que nos llevaría de vuelta. Una vez estuvo lleno, salió.
Yo dormí. Llegamos a Qiánmén, me sentía mejor que el día anterior. Almorzamos en Kentucky. Cada tanto está bueno complacerlo al viejo.
Volvimos, esta vez de día a Tiān'ānmén. Resultó casi obligatorio corregir las fotos que habíamos sacado de noche el día anterior. Incluso se multiplicaron.
Entramos por fin a través de Tiān'ānmén. Paseamos un poco por las plazas internas y en cuanto decidimos ir a comprar las entradas para la ciudad prohibida vimos cerrar las puertas de venta de tickets.
Teníamos como mucho dos personas adelante.
Mi papá pidió que nos vendieras unas entradas. Veníamos de lejos y nos íbamos al día siguiente, le explico a la de la vidriera, al que estaba cerrando las ventanas del puesto y a una persona que estaba detrás de una cortina ya baja.
Dolió irse. Dolió aún más tener que ir a Wángfǔjǐng (literalmente ‘Pozo de la mansión del príncipe’) por el costado del palacio por más que sea una de las calles de tiendas más conocidas de la ciudad.
Vi por primera vez en china la superficie parcial del agua congelada.
Dolió aún más el amargo reparo. Pasear por otra peatonal comercial con centros comerciales en ambos costados.
Nos metimos en una feria. La mayoría de las comidas eran bastantes comunes. Había, sin embargo, que alimentar el dicho de que los chinos comen cualquier cosa:
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bolitas de waffle
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cangrejo
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langostinos fritos
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sandia helada
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choclo hervido
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tentáculos de pulpo asado
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tofu
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calamar
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salchichas
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tortillas de papa y huevo??
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unas tortas negras y porosas
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fruta caramelizada
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pato agridulce
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alacranes
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anguila
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estrellas de mar
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caballitos de mar
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cienpiés
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lagartijas
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gusanos de sedas
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sus capullos
Todavía me faltaba localizar al perro y al gato.
Por suerte no comimos nada ahí.
Tuvimos que hacer algo de tiempo hasta ir a cenar al lugar que me quería mostrar mi papá.
Es un restorán en el que preparan el famoso pato laqueado a la pekinesa (Běijīng kǎo yā 北京烤鴨).
Subimos al cuarto piso en ascensor. Nos ubicaron con solo una mesa cerca. Mi papá pidió un pato entero yendo en contra de pedir solo medio como recomendaba la moza. Esperamos. Me recuerda que el pato se come de tres formas distintas, todas hechas con el mismo pato.
Lo traen en un carrito y un cocinero comienza a cortarlo frente a nosotros. Nos traen primero la parte más tierna trozada. Había que comerla con azúcar. Agarré un pequeño pedacito, lo apoyé sobre el azúcar y me lo metí en la boca. Ambos, mi papá y yo, nos miramos masticar.
Yo estaba sintiendo al pato y al sabor detenerse en la superficie de la lengua aquí y allá. Yo que nunca disfruté el pato estaba únicamente dejándome empapar por su sabor y la resistencia que ofrecía al masticarlo lentamente.
—Increíble —dijo mi papá con mucha seriedad.
Contesté muy contento. El pato entero había costado 288 pesos (yuanes??). Comer también es como conocer un lugar, pensé. También se lo dije y me dio la razón.
Trajeron pequeñas lonjas que solapadas imitaban la forma de una flor completando el dibujo del tallo de la bandeja. Nos contó (aunque solo mi papá lo entendió) que cocineros de ese restorán habían sido mandados a Louwailou (楼外楼) para cocinar ese plato en el G20. Así que tenía que sacarle una foto según la moza.
Nos trajeron una salsa espesa y cebolla de verdeo, también más pato en fetas y unas tortillas. La moza nos preparó una a cada uno y con un gesto nos invitó a probarlo.
El cocinero cortó medio pato y la otra mitad se lo llevó. Yo pensaban que nos habían estafado. Mi papá explicó que era para llevárnoslo a casa.
Nos costó terminar lo que nos habían servido. Después de tanto pato, cada porción que me mandaba a la boca parecía menos especial.
Aún así, allí estaban el sabor dulzón y tostado en la piel crujiente y la carne con su identidad casi tímbrica.
Cuando nos trajeron el pato que había sobrado parecía mucho más de la mitad, por eso mi papá dijo:
—Pedimos un pato entero. Comimos la mitad y nos llevamos uno entero para el hotel.
La pasé muy bien con mi papá. Tiene buen sentido del humor.
Volvimos en colectivo al hotel. Buscamos desodorante para mí en un hipermercado, solo había de mujer. Mi papá como comerciante y dueño de restoranes o rotiserías tiene valores muy interesantes sobre la practicidad en la vida. Los costos de producción de los alimentos, la tecnología aplicada a actividades como limpiar un vidrio o barrer. Por eso es interesante su compañía yendo de compras a lugares de ese estilo.