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Mi Língyǐn

2017/12/04
Rumbo a Hángzhōu


Me encantaría apurar el relato para contar lo que más me impresionó.

A la mañana desayunamos en el comedor del hotel XīnXīng (宁波新兴大酒店). Era tan temprano que no estaba disponible todavía el menú completo. Con la familia comió también un amigo experto en antigüedades que vino a examinar al Buda de bronce que trajimos.

Abandonamos el hotel y, por fin, al resto del grupo. Nos costó un poco encontrar rumbo. Y cuando paramos en Bāfāng dumplings (八方水餃店), decidí que mi papá volviera al hotel. Estaba mal de la panza.

Comí solo y esperé. Completamente concentrado en esperar y respirar. Al final decidí esperar en la puerta del negocio mientras veía pasar a los demás.

Llegó mi papá y buscamos el lago oeste de Hángzhōu (杭州西湖). Mi papá se detuvo a preguntar por el lago (aunque sabe dónde está) y todos nos respondieron algo distinto.

No se ahorra el aclararme que son campesinos del interior. Se da cuenta por el dialecto o porque hablan el mandarín.

Al final logramos tomar la línea 7 a Língyǐn (灵隐). Es interesante mencionar que estuvimos a punto de tomar el teleférico. También que no lo hicimos por la insistencia de mi papá de ir al templo.

Caminamos al lado de una plantación de té verde hasta llegar al predio del templo.

Pagamos 45 yuanes (元) cada uno que no sé por qué me pareció un robo. Esto fue únicamente para entrar. La entrada al templo en sí se abonaba a parte. Lo cual se me hacía más sospechoso aún.

Pero al entrar ya me sorprendí.

Lo primero que podía apreciarse era un conjunto de Budas tallados en roca. Precisamente la cara externa de una caverna en la mitad de un montón de verde. Ingenuo, me dejé conmover por el tamaño y por la irrupción totalmente armoniosa del hombre en la naturaleza.

Para el colmo, también en el interior de la caverna había trabajos en piedra. Y encima corredores y escaleras conducían a uno por la montaña.

Me contuve. Sí. Me arrepiento de haberlo hecho. Me hubiera gustado recorrerlo todo. Pero de nuevo mi papá insistía en ir al templo.

Caminamos por un camino corriente. De nuestro lado un muro oriental altísimo (hermoso). En el medio, un arroyo contenido por rocas de irregular forma que llenaba el aire del gorgoteo del agua. Del otro lado la montaña, sus árboles, sus tallados que continuaban en el espacio y sus escaleras que se le aferraban y la escalaban.

Llegamos a la entrada. Parecía una fila de Disney Land para comprar pasajes. Pero vacía.

Encima había que pagar 30元 extras.


(El día se me escapa. Cada vez pasa más tiempo entre que las cosas me pasan y me siento a anotarlas. Siento que no logro alcanzar al viaje)


“Hay cuatro templos” me explica mi papá.

Un gran patio con un incensario daba a estos.

“Voy a verlos todos” pensaba.

Entramos a uno. Las imágenes budistas se me figuraban con fuertes representaciones del imaginario. Bronce macizo, madera tallada con mucho detalle.

Hasta que entramos al principal.

Un buda dorado de unos 10 metros (seguro más). Había mucha gente pidiendo cosas. Algunas hasta con desesperación.

Por supuesto, la perspectiva de capturar al buda en foto como intento desesperado de turista.

Así entonces, ante la misma imagen, algunos veían esperanza y yo la desesperación del reclamo:

“¿No le sacaste foto?”

El solo hecho de sacarle una foto para poder apreciarlo tranquilo me exasperaba.

Aún así intenté sacarle con mi técnica disimulada. No lo lograba. Fotos pobres con mal encuadre.

“¿Esto voy a mostrar?”.

No. Saqué una foto bien. Aún así pareciera haberse ido, con mi ansiedad, la imagen real.

Fui al gran incensario. También ahí perdí la oportunidad de la experiencia.

Mi papá me sacó unas fotos que no me gustan para nada. Con cada reverencia en cada dirección me perdí algo.

Y al final, de eso, ni las fotos me van a quedar.

Pensé que habíamos terminado. Mi papá también pensaba así. No sé cómo, pero seguimos por otro camino.

Pasamos por la salida. La tienda de regalos. Quería comprarme una pulsera de cuentas de madera. 68 元. Mi papá la pidió. Le dije que no, que era muy caro. Pero él insistió. “Xiăojiĕ (小姐)”. Pero la señorita de la tienda dijo que habían cerrado. El fin.

Salimos, yo un poco conmovido por el gesto de mi padre.

“Si es de acá, tiene otro significado”.

¿Hasta qué punto eso es cierto? Sí, tiene otro significado, pero al mismo tiempo es un producto industrial. ¿Cuál es la verdad?

Salimos. En realidad no. Língyǐn recién empezaba. Pero no lo sabíamos. Así, todo el tiempo, los humanos caminamos inocentes, como los animales, de nuestro propósito.


Pasamos a otro pabellón. Vimos otro templo.

Todas salas prácticamente vacías con una figura/imagen de un dios en el centro. Y también unas cinco personas.

(hay un desorden general del relato que intenté recobrar con unas pobres flechas)

Ni caso. Entramos a una sala. Había 500 monjes de bronces de un promedio de 1.7 metros de altura, pero ninguno parado, por lo que la escala era mayor. Todos ellos dispuestos en forma de esvástica levógira de doble borde.

Se podían ver 500 distintas poses.

Recuerdo uno que tenía el brazo izquierdo muy largo con un aro en la mano. Todos con las orejas largas. Muchos sonriendo. Saqué fotos en general, no de algunos en particular. En el centro había una escultura en bronce macizo de 12.8 metros de altura. En ella cuatro budas en sus posturas de despertar.

Si lo pienso bien, me dejé impresionar, otra vez, por el porte de la misma. Y no alcancé a apreciarla como me gustaría. Si me concentré en detalles, pero que apenas importan.

Después de recorrer un poco más, llegamos a un cartel. De todo el predio del Língyǐn Sì habíamos recorrido apenas la entrada.

Mi papá no lo podía creer. Digo mi papá y no yo porque él ya conocía Língyǐn Sì.

De chico, me contó, venía y al ver algunas de las figuras se asustaba. Especificó que por las manos y que las creía vivas.

Se sentó. Me dijo que recorriera tranquilo, que él me esperaba ahí. Que no me preocupara. Sin poder comunicarnos por la culpa de la falta de internet en el celular, era casi como abandonarlo. Y de su parte era casi un sacrificio.

Miré hacia atrás y al mapa. Lo dejé y me fui.

Subí las escaleras casi corriendo.

Me quedé solo. Mis pensamientos tomaron el control de nuevo.

Me concentré en la naturaleza. en la luz sobre la piedra y las tejas.

Atravesé el primer umbral del que era consciente.

Me recibió un portón enorme con una inscripción que no podía leer. Si tuviera que ponerle nombre sería:

“Acá empieza tu Língyǐn Sì”

(Es muy loco: busqué fotos para ilustrar esto. No encuentro ninguna de esto, pero tengo en mis recuerdos una imagen -!!!-)

Seguí. El cielo, las plantas y yo, el animal en tiempo únicamente presente. “En tus memorias vas a poder recorrer esto”. Ahora sé que no es verdad. Apenas quedan un par de imágenes conformadas por abstracciones de lo que viví ese día.

El eco de un pensamiento me atacó mientras corría solo hacía arriba por las escaleras.

“¿Y si estás yendo a encontrar tu muerte?”

Me imagino ese encuentro como maquinaria encastrándose buscando el orden. Pero debe ser como piezas de dominó derribándose. El movimiento nunca vuelve hacia atrás y no se puede detener.

Igual seguí.

En la primera sala no sé lo que había. El orden tampoco lo recuerdo. Recuerdo, sin embargo, en este orden tres salas de las que vi:

  • Tres figuras muy altas y esbeltas que me quedé observando con mucha paciencia.

Subí corriendo, pero no apurado. Respirando por la nariz y pensando en el fluir del tiempo a la par que lo sentía.

  • La sala del gran héroe. Quería verla a toda costa. El nombre, sin dudas, me llamaba.

Una figura (creo) en bronce oscuro. Decidí absorber la imagen entregándole mi presente. Cerré los ojos. Le presenté mis respeto. Le imploré poder olvidarme de olvidar ese día, pero no con esas palabras. Lo que pedí en ese instante, o la manera en la que lo pedí, lo olvidé.

Corrí al siguiente. Subiendo. Cada tanto fotografiaba los pasajes por los que había de pasar después, como si no pudiera volverlos a ver igual.

  • En otra sala vi una figura de muchos brazos pintada. Traté de entender qué estaba haciendo o sosteniendo cada mano. Me relajé como la figura tratando de sentir todas las otras manos. Ignoro si lo logré o no.

Si el pasado es inalterable, parte de mí, el pasado, permanecerá allí por siempre.

El hall de música estaba cerrado, o si era el otro no había nadie y no se podía ingresar.

Me senté a respirar, prácticamente a oscuras en un banco casi en lo alto.

Rescato lo que podría haber sentido, lo haya sentido o no:

  • mi respiración

  • el peso de mis pies

  • una luz en los párpados

  • el viento, el frío

  • el calor del cuerpo

  • la consciencia


Unas voces, no había muchas ahí arriba debo admitir, me hicieron pensar.

Si abrís los ojos, si te encuentran así.

No pude evitar abrirlos. Me ganó la ansiedad.

Miré otro banco que daba a un descanso de una cascada. Me senté en él, con la espalda hacia al vacío y mis pies colgando sobre la cascada.

Cerré los ojos. Cuando pasen, concentrarse solo en respirar. Respiré. Mi panza y pecho se hinchaban. Mis pies se balanceaban sobre el murmullo del agua como si pudieran sostenerse en él.

Las hojas hacen ruido al rozarse entre ellas. No pude no escuchar el chino de las personas que pasaron. Me concentré en mi respiración, pero no en la idea de respirar o de concentrarme en respirar. Sino en el movimiento anatómico muscular de mi respiración.

Volví hacia atrás mis pasos. Ahora de noche. No solo mi visión era distinta, sino que ahora vería lo que podría haber visto mientras subía, pero al ver hacia atrás.

Estaba completamente agradecido. Algunas luces habían comenzado a encenderse. No había pasado ni una hora. Estaba empapado por una fina capa de sudor frío. Lo sentí. Sentí el bajar y subir al pasar por algunos puentes. Encontré a mi papá sentado mirando un video.

“Yo, acá sentado, pude aprender muchas cosas”.

Aunque en mi soberbia creo que el nivel de entendimiento de mi papá no es el mismo que el mío, aprendí que para nada carece de una sensibilidad especial.

Nos costó encontrar el 7 de vuelta.

Me llevó a un lugar horrible de descuentos en ropa de marca que, sinceramente, parecía trucha.

Cené Dōng pō ròu (东坡肉) con una sopa. Mi papá comió mucho.

Quiero volver a Lingyin.


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